Mahón, Menorca: Guía completa para descubrir la capital menorquina con alma

Introducción: Mahón, una joya mediterránea por descubrir

Maó, también conocida como Mahón, es la capital de Menorca, una isla que forma parte del archipiélago balear en España. Esta encantadora ciudad combina historia, cultura y belleza natural, ofreciendo a los visitantes una experiencia única en el Mediterráneo. Desde su impresionante puerto natural hasta sus calles adoquinadas llenas de historia, Mahón invita a los viajeros a sumergirse en su rica herencia y estilo de vida relajado.

Aquí te dejo un artículo completo de QUÉ VER EN MENORCA EN TRES DIAS

white sailboats on blue sea

Cómo llegar a Mahón

En avión

El Aeropuerto de Menorca (MAH) es la principal puerta de entrada a la isla. Situado a unos 4 km del centro de Maó, ofrece vuelos nacionales e internacionales, especialmente durante la temporada alta. Desde el aeropuerto, se puede llegar al centro de Maó en taxi, coche de alquiler o autobús.

En ferry

Maó cuenta con un puerto que recibe ferris desde la península, especialmente desde Barcelona y Valencia. Las compañías Baleària y Trasmed ofrecen servicios regulares, permitiendo a los viajeros llegar con sus propios vehículos si lo desean.

En coche

Si ya estás en Menorca, llegar a Mahón en coche es sencillo gracias a la red de carreteras que conecta las principales localidades de la isla. La carretera Me-1 es la vía principal que une Mahón con Ciutadella, la otra gran ciudad de Menorca.

NOTA: COCHE O MOTO… sea lo que sea, pero es indispensable para recorrer la isla. Aquí te dejamos un buscador para encontrar la mejor oferta. OJO!! si vas en temporada alta reserva con tiempo.

En autobús

La red de autobuses de Menorca conecta Mahón con otras localidades de la isla. La línea exprés Maó-Ciutadella, por ejemplo, tiene una duración de trayecto de 45 minutos y un recorrido total de 45 km.

Cómo moverse por Mahón

Mahón es una ciudad que se puede recorrer fácilmente a pie, lo que permite disfrutar de sus encantadoras calles, plazas y vistas al puerto. Además, el transporte público en Mahón es gratuito desde enero de 2024, lo que ha incrementado significativamente su uso.

Dónde dormir en Mahón: rincones con encanto para soñar en Menorca.

Mahón, como buena anfitriona, ofrece una variedad de alojamientos que se adaptan tanto al viajero que busca confort y detalles, como al mochilero curioso que prefiere invertir su presupuesto en experiencias. Lo bonito aquí es que, incluso las opciones más sencillas, respiran el alma de la isla: paredes encaladas, patios llenos de geranios, olor a desayuno recién hecho y una calma que invita a desconectar.

✦ Para presupuestos ajustados: donde lo sencillo tiene alma

  • Hostal Jume Urban Rooms
    Este lugar es una joyita escondida en pleno centro de Mahón. Sin grandes lujos, pero con todo lo necesario para una estancia cómoda: camas cómodas, decoración cuidada y un personal que te trata como si fueras parte de la familia. Además, su ubicación te permite ir andando a todos los puntos clave de la ciudad. Si quieres levantarte y tener el mercado, el puerto y las cafeterías a pocos pasos, este es tu sitio. Ideal para quienes buscan un “hogar” temporal sin gastar de más.
  • Petit Hotel Mahón
    Coqueto, cálido, con ese encanto de lo pequeño bien hecho. Aquí, cada habitación es distinta, con detalles que hablan de mimo y gusto por lo local. Su relación calidad-precio es estupenda, y además tienen un desayuno que es un auténtico homenaje a los productos de la isla.

✦ Gama media: confort, diseño y una pizca de lujo

  • Hotel Artiem Capri
    Este hotel urbano ofrece habitaciones modernas, amplias y bien insonorizadas, perfecto si quieres descansar bien después de un día recorriendo Menorca. Pero lo mejor está arriba: una terraza con piscina climatizada y vistas espectaculares sobre Mahón. Ver el atardecer desde allí es casi una actividad turística en sí misma. Además, su spa es un plus si te apetece regalarte un momento de relax.
  • Casa Ládico Hotel Boutique
    Ubicado en una antigua casa señorial del siglo XIX restaurada con muchísimo gusto, es uno de esos hoteles donde cada rincón cuenta una historia. Tranquilo, elegante y con una atención exquisita. Ideal si te apetece un espacio íntimo donde desconectar del mundo y dormir rodeado de historia.

✦ Para quienes buscan darse un capricho: lujo menorquín con esencia

  • Can Alberti 1740 Boutique Hotel
    Este hotel es una experiencia en sí misma. Situado en una casa histórica restaurada con un respeto absoluto por su arquitectura original, ofrece habitaciones amplias con techos altos, suelos hidráulicos, obras de arte local y un jardín interior que es puro sosiego. Aquí todo invita a la contemplación: desde el desayuno casero con productos del mercado, hasta el silencio que acompaña cada rincón. Si buscas belleza, calma y autenticidad, este lugar te enamorará.
  • Hotel Hevresac
    Un alojamiento con alma creativa. Es moderno, artístico, sostenible… y profundamente menorquín. Cada habitación es distinta, llena de personalidad, y los detalles marcan la diferencia. Libros en cada esquina, mobiliario de diseño, desayunos orgánicos. Es uno de esos sitios donde te apetece quedarte una noche más solo por el placer de habitarlo un poco más.

Consejo de viajera: Si visitas Mahón en temporada alta (especialmente julio y agosto), reserva con antelación. La ciudad no está llena de grandes hoteles ni resorts (por suerte), lo que hace que las mejores opciones se agoten pronto. Y si puedes, apuesta por alojamientos gestionados localmente: es una forma preciosa de apoyar la economía menorquina y vivir la isla con más autenticidad.

Qué ver en Mahón

Puerto de Mahón: un paseo por la historia, la brisa y el alma de Menorca

Nos levantamos temprano, con esa luz tibia que sólo tiene el Mediterráneo cuando despierta. El aire huele a sal, a calma, a promesas. Bajamos caminando desde el centro de Maó, dejando atrás sus callejuelas empedradas, y poco a poco, como si el paisaje supiera cómo preparar el corazón, se abre ante nosotros uno de los puertos naturales más grandes y bellos del mundo. Así, sin avisar, el Puerto de Mahón se presenta como un anfiteatro de historia viva y ritmo pausado.

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La brisa nos acaricia la cara mientras caminamos por el paseo marítimo. A un lado, el azul profundo del mar; al otro, terrazas de restaurantes, casitas coloridas que parecen colgadas en el tiempo, y antiguos edificios que nos cuentan historias si les damos un momento. Nos detenemos frente a los astilleros, donde todavía se restauran embarcaciones con mimo, y nos asomamos al agua, que refleja los mástiles como si fueran pinceladas sobre un lienzo.

El puerto no es sólo un lugar de paso; es un protagonista silencioso de la vida de la ciudad. Aquí llegaron civilizaciones, se libraron batallas, se cruzaron culturas. Desde los británicos en el siglo XVIII hasta los comerciantes venecianos, cada rincón tiene un susurro que contar. Podemos subirnos a una de las barquitas que ofrecen rutas guiadas por el puerto. Desde el mar, Maó parece una postal perfecta: sus casas escalonadas, su silueta noble, y ese aire entre nostálgico y acogedor que tienen las ciudades que miran al mar.

Pero también se puede simplemente pasear, sin mapa ni prisa. Sentarse en una terraza con una copa de vino blanco menorquín, ver pasar la vida con el ritmo pausado que tanto echamos de menos, y dejar que el puerto nos abrace. Porque el Puerto de Maó no se visita: se vive, se siente, se recuerda.

Teatro Principal de Mahón: un susurro de ópera entre bambalinas centenarias

Avanzamos por el casco antiguo de Mahón, entre callejuelas donde la piedra brilla dorada al sol de la tarde. El bullicio de las plazas queda atrás y, de pronto, como si emergiera entre los pliegues del tiempo, aparece ante nosotros el «Teatro Principal de Maó«. No es un edificio monumental a la vista, pero tiene esa elegancia discreta que sólo poseen los lugares con alma. Y aquí, créeme, el alma canta.

Construido en 1829, este es el teatro de ópera más antiguo de España en funcionamiento. Su fachada sobria no delata de inmediato el tesoro que guarda por dentro. Al cruzar sus puertas, el murmullo de la calle se desvanece y nos envuelve una atmósfera de terciopelo rojo, lámparas de cristal y madera noble que cruje suavemente bajo nuestros pasos. Se respira respeto, historia, emoción. Cada rincón parece guardar secretos de artistas que han pisado estas tablas durante casi dos siglos.

Nos sentamos en una de sus butacas de terciopelo, mirando hacia arriba. El techo está decorado con un fresco que parece flotar, mientras el escenario, aún en silencio, promete mundos por descubrir. Imaginar aquí una noche de ópera o un concierto íntimo es fácil: las luces se atenúan, el telón se abre, y de repente estamos viajando con la música, sin movernos de nuestra silla.

Y si tienes la suerte de coincidir con la temporada de ópera, o con alguno de los festivales culturales que se celebran en la isla, este teatro se transforma en un corazón palpitante de emociones. Incluso cuando está vacío, el lugar vibra con ecos del pasado: de aplausos, de voces líricas, de silencios llenos de anticipación.

Visitar el Teatro Principal de Mahón no es solo admirar su belleza. Es rendir homenaje a una isla que, a pesar de su tamaño, ha sabido custodiar con mimo su amor por la cultura. Es entrar en contacto con esa Menorca artística, refinada y profundamente humana, que se esconde tras los escaparates turísticos.

Iglesia de Santa María de Mahón: un refugio de piedra y armonía en el corazón de la ciudad

Caminamos bordeando la Plaça de la Constitució, el alma palpitante de Mahón, donde se entrecruzan los pasos de locales y visitantes, los saludos de buenos días y el murmullo de las terrazas. En un extremo de la plaza, majestuosa y tranquila, se alza la Iglesia de Santa María, como si llevara siglos observando el ir y venir del mundo sin perder la calma. Su fachada neogótica, sólida y serena, parece abrazar el espacio con la serenidad de quien ha visto pasar muchas vidas.

Entramos. El bullicio de la plaza queda atrás como si alguien hubiera cerrado una puerta invisible. Dentro, la temperatura desciende ligeramente, y la luz que entra por los ventanales se cuela en haces suaves, casi dorados. Huele a incienso, a cera derretida y piedra antigua. El silencio aquí no es vacío: es denso, acogedor, lleno de historia.

La iglesia actual data del siglo XVIII, aunque su origen es mucho más antiguo. Pero hay algo que de verdad roba el aliento al visitante: su gran órgano romántico, una auténtica joya de la música europea. Con más de 3.000 tubos, fue construido en Alemania por la casa Orgelbau G. F. Steinmeyer y trasladado a Menorca en 1810. No es sólo un instrumento: es un testigo sonoro del tiempo. Cuando suena, el aire se estremece, y uno siente que la piedra misma respira al ritmo de las notas.

Nos sentamos en uno de los bancos de madera, y dejamos que el espacio nos envuelva. Las bóvedas se alzan altísimas, como si quisieran tocar el cielo. Las imágenes religiosas, discretas y solemnes, nos observan desde sus altares con una calma eterna. Es fácil imaginar aquí una noche de concierto, cuando el órgano cobra vida y llena cada rincón de esta nave con sonidos que parecen venir de otro mundo.

La Iglesia de Santa María no es solo un templo: es un lugar de recogimiento, de pausa, de belleza sencilla. En una ciudad tan viva como Mahón, este rincón ofrece un respiro, un momento para mirar hacia adentro y reconectar. Incluso si no eres creyente, te aseguro que aquí encontrarás algo sagrado: el silencio bien acompañado, la historia contada en piedra, y la música como hilo invisible que todo lo une.

Museo de Menorca: las huellas del tiempo entre claustros y vitrinas

Si Mahón tuviera una llave para entender el alma de la isla, esa llave estaría aquí, entre los muros tranquilos del Museo de Menorca. Situado en un antiguo convento franciscano del siglo XVII, este edificio de fachada sobria y piedra dorada guarda en su interior siglos de historia menorquina, contados con mimo, detalle y una narrativa que atrapa desde el primer paso.

Llegamos a su entrada, justo al borde de uno de los extremos del casco antiguo, y ya el entorno impone respeto. El edificio, de aire monástico, con un gran patio central lleno de naranjos y una calma que parece venir de otro siglo, nos da la bienvenida con ese silencio elegante que tienen los lugares que custodian memorias.

Cruzamos el umbral y empieza el viaje. Las salas están dispuestas de forma envolvente, como un recorrido cronológico por la historia de Menorca, desde la prehistoria hasta la actualidad. Aquí no hay vitrinas frías ni textos aburridos: todo está cuidadosamente presentado para que el visitante comprenda, sienta y se emocione. Desde los vestigios de la cultura talayótica —con sus piedras ciclópeas, sus herramientas rudimentarias, sus tumbas colectivas— hasta los restos de la ocupación romana, los siglos medievales y la época británica, cada etapa se muestra como un capítulo vibrante del libro que es esta isla.

Uno de los espacios más mágicos es el que muestra los ajuares funerarios talayóticos: vasijas, colgantes, ídolos. Observarlos es como espiar una vida remota, intuir cómo vivían, cómo creían, cómo se despedían de sus muertos. En otra sala, encontramos mapas antiguos, cartas náuticas y grabados que nos hablan de la Menorca de los navegantes, del comercio, de las fortificaciones y de las tensiones entre imperios.

El museo también dedica una parte a la Menorca contemporánea: las transformaciones sociales, la llegada del turismo, el resurgir del patrimonio. Todo tiene un hilo conductor: el amor por esta tierra y la voluntad de comprenderla.

Subimos al piso superior y nos asomamos a una de las ventanas: desde allí, se ve una postal perfecta del puerto de Mahón, como si el pasado y el presente se dieran la mano. El museo no es grande, pero cada rincón está hecho con intención. No hace falta correr: aquí todo invita a caminar despacio, a leer cada panel, a mirar cada objeto como si fuera único —porque lo es.

Salir del Museo de Menorca no es simplemente haber visitado un lugar: es haber conocido la columna vertebral de una isla. Te cambia la mirada. Después de recorrerlo, verás Mahón, y Menorca entera, con otros ojos. Con ojos más curiosos. Más respetuosos. Más enamorados.

Qué hacer en Mahón

Visitar el Mercado del Claustro del Carmen: el corazón que late entre quesos, risas y piedra centenaria

Las campanas de la iglesia del Carmen marcan la hora mientras nos acercamos. El sol cae oblicuo sobre la piedra del edificio, iluminando el claustro con una luz dorada que lo vuelve casi mágico. Ya desde fuera se intuye que algo especial ocurre dentro. Y al cruzar el umbral del Claustro del Carmen, lo confirmamos: hemos entrado en el corazón palpitante de Maó.

Este antiguo convento reconvertido en mercado es uno de esos lugares que lo tienen todo: historia, belleza arquitectónica y vida local auténtica. Pasear por sus pasillos es caminar entre siglos. Las columnas de piedra, los arcos de medio punto y el patio central nos hablan de otros tiempos, mientras que los puestos de frutas, embutidos y productos locales nos devuelven de inmediato al presente más sabroso.

Los aromas son el primer abrazo: queso curado, pan recién horneado, aceitunas marinadas, tomates que huelen a huerta de verdad. Los tenderos saludan con una sonrisa sincera, de esas que no se fingen. Aquí no hay prisas. Hay conversaciones. “¿De dónde venís?”, preguntan con curiosidad. Y sin darte cuenta, acabas aprendiendo que el queso que estás probando lo hace una familia que lleva generaciones en el oficio, o que los embutidos se curan con las recetas de siempre, sin artificios.

Nos detenemos frente a un puesto de productos típicos menorquines. Probamos un poco de sobrasada artesana, intensa, untuosa, ligeramente picante. Al lado, un queso Mahón curado, con esa textura firme y un sabor que se queda contigo mucho después del último bocado. Si te dejas llevar, puedes pasar aquí horas, simplemente hablando, probando, aprendiendo.

Pero el mercado no es solo gastronomía. En sus galerías hay también pequeñas tiendas de artesanía, libros, vinos, souvenirs con gusto. Todo rodeado por la tranquilidad imponente de un claustro que aún guarda su alma de refugio. Si vas un sábado por la mañana, lo verás en su máximo esplendor: gente del pueblo haciendo la compra semanal, niños corriendo entre los puestos, música en directo a veces, y ese murmullo alegre que hace que uno se sienta parte del lugar, aunque sea su primera vez.

Antes de irnos, nos sentamos en una de las terrazas del patio. Un café, un zumo natural, quizás una tapa. Alrededor, el sonido de pasos, de risas, de bolsas llenas, de vida. Porque eso es este lugar: un rincón donde la vida menorquina se muestra sin filtros, y donde uno puede ser testigo privilegiado de esa cotidianidad que, en realidad, es el mayor de los tesoros.

Si quieres conocer la verdadera Mahón, el Mercado del Claustro del Carmen es una parada obligatoria. No solo para comprar, sino para comprender. Para saborear. Para formar parte, aunque sea por un rato, de la historia que aquí se escribe cada día, entre frutas, piedra y gestos compartidos.

Paseo en barco por el puerto de Mahón: viento en la cara y un viaje entre historia y horizonte.

El sol ya ha trepado alto, pero todavía se siente suave, amable. Bajamos hasta el puerto por esas calles que serpentean cuesta abajo, entre balcones floreados y fachadas que huelen a mar. En el muelle, junto a una hilera de barquitas que cabecean al ritmo de las olas, nos espera el barco que nos llevará a descubrir el puerto de Mahón desde dentro, desde el agua, como se ha hecho durante siglos.

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Subimos a bordo y elegimos un sitio al aire libre, claro. Nada como sentir el viento en la cara, el salitre en los labios y el rumor del mar bajo los pies. El motor arranca suave y enseguida el bullicio de tierra firme queda atrás. Nos deslizamos lentamente por ese que es uno de los puertos naturales más grandes del mundo, una lengua de mar que se adentra casi seis kilómetros en la tierra, como si quisiera esconder un secreto.

Y qué secretos guarda.

La narración a bordo —tranquila, en varios idiomas— nos guía, pero lo más bonito es ir mirando, observando, conectando los puntos. A un lado, la Illa del Rei, con su antiguo hospital militar británico. Nos acercamos lo suficiente como para ver las paredes blancas y el tejado rojizo del edificio, ahora restaurado con mimo gracias al empeño de voluntarios y asociaciones culturales. Hoy alberga exposiciones y arte contemporáneo, pero cuando cierras los ojos puedes imaginarlo lleno de soldados heridos, médicos corriendo, cartas llegadas del continente.

Un poco más adelante, se perfila la fortaleza de La Mola, imponente en la bocana del puerto. La piedra amarilla resplandece al sol como si siguiera vigilando la entrada, tal como hizo durante siglos. Desde el barco se aprecia su tamaño real: enorme, laberíntica, majestuosa. Nos cuentan que fue construida en el siglo XIX para proteger la isla de posibles invasiones… y aunque nunca llegó a entrar en combate, su sola presencia impresiona.

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Mientras avanzamos, pasamos junto a antiguos muelles, viejos almacenes navales, casas señoriales construidas al borde del agua, pequeñas calas escondidas que parecen solo accesibles por mar. El color del agua cambia a cada metro: azul profundo, turquesa brillante, verde jade. Todo depende del ángulo, de la profundidad, de cómo se refleja el cielo. Las gaviotas nos siguen un rato, planeando en silencio como si también quisieran disfrutar del paseo.

El barco se detiene un instante. Silencio. Solo el chapoteo suave del agua contra el casco. Algunos sacan fotos, otros simplemente miran. Porque en ese momento lo entendemos: estar en el puerto de Maó desde el mar es entender por qué esta ciudad ha sido codiciada durante siglos. Es bella, sí. Pero también estratégica, protegida, poderosa. Es un lugar donde la historia y la naturaleza se funden en un mismo paisaje.

Antes de regresar, bordeamos la costa norte del puerto y el patrón del barco nos señala algunas casas de pescadores que aún resisten, humildes pero orgullosas, testigos de una época en la que aquí no había cruceros, ni turistas, ni terrazas chic. Sólo mar, redes, y viento. Esas casas, pequeñas y sencillas, son de las imágenes que se quedan grabadas sin que lo notes.

El barco vuelve a amarrar y bajamos en silencio, como si aún estuviéramos navegando un poco por dentro. La ciudad sigue ahí, con su ritmo, su sol, sus mercados. Pero nosotros ya la miramos distinto. Porque un paseo en barco por el puerto de Maó no es solo una excursión: es una lección de historia, una caricia del viento y una manera preciosa de sentir que formamos parte de esta isla aunque solo estemos de paso.

Ruta de tapas

Después de toda esta ruta, el estómago le pide paso al culto y es cuando ante nosotros, al levantar la mirada, se presentan decenas de bares y restaurantes en los que para probar una variedad de tapas locales. Los lugares que visitamos no solo entran por los ojos: también nuestro paladar pide paso para disfrutarlos y conocerlo y para eso no hay nada mejor que ir a tapear un poco.

Actividades para hacer en Mahón y alrededores

Si como nosotros cuentas con algo más de tiempo, aquí te dejo una relación de actividades que podrás contratar desde estos enlaces:

  • Visita a la quesería Subaida: aquí recorrerás las instalaciones de una granja donde podrás probar el manjar más famoso de la isla: el queso de Mahón.
  • Tour en Kayak por las cuevas de Porter: aquí podrás disfrutar desde el agua en un entorno natural, las vueevas de Cala en Porter.
  • Hacer Kayak y snorkel en Binibeca: aquíe podrás disfrutar en kayak y hacer snorkel en la cala de Binibeca donde quedaréis asombrados por el paisaje con playas dentro de cuevas, piscinas naturales y más sorpresas.
  • Te animas a alquilar un barco que no requiere licencia? así podrás ir a tu aire por calas y playas. Toda una aventura que gozarás al máximo.
  • Visita una finca de setas menorquinas: si quieres aprender sobre micología, con esta actividad podrá visitar una finca a las afueras de Mahón y por supuesto, disfrutar de una degustación de boletus.

Gastronomía típica de Maó

  • Queso Mahón-Menorca: Un queso con denominación de origen, de sabor intenso y textura firme.
  • Caldereta de langosta: Un guiso tradicional de langosta, típico de la cocina menorquina.
  • Ensaimada: Un dulce en forma de espiral, perfecto para el desayuno o merienda.

Dónde comer en Maó

Opciones económicas

  • Bar Can Miquel: Ofrece tapas y platos locales a precios asequibles.
  • Can Xavi: tapeo a precios estupendos y comida muy rica.

Opciones de gama media

  • Restaurant Passió Mediterrània: Combina cocina tradicional con toques modernos en un ambiente acogedor.

Opciones de lujo

  • Restaurant S’Esplanada: Ofrece una experiencia gastronómica de alta calidad con vistas al puerto.

Hasta pronto, Mahón: gracias por caminar conmigo

Y así, con los pies un poco cansados pero el corazón lleno, terminamos este viaje por Mahón. Una ciudad que no se impone, que no grita, pero que te susurra cosas bonitas al oído si vas con los ojos bien abiertos y el paso tranquilo.

Recorrimos sus calles empedradas, nos perdimos entre fachadas con historia y ventanas que miran al mar. Nos sentamos a mirar el puerto, sentimos el viento desde la cubierta de un barco, y dejamos que la piedra antigua del claustro del Carmen nos contara su propia versión del tiempo. Probamos quesos, nos manchamos los dedos con sobrasada, y hablamos —aunque fuera con gestos— con quienes ponen el alma en cada puesto del mercado.

Espero que hayas sentido este viaje como yo: no como una lista de cosas por ver, sino como un momento compartido. Un relato que se vive caminando, mirando despacio, escuchando a la ciudad hablar.

Si has llegado hasta aquí, gracias. De verdad. Cada palabra escrita lleva detrás horas de caminar, de preguntar, de emocionarse. Si encuentras algún enlace útil en este artículo y decides hacer clic, estarás apoyando este trabajo que tanto amor lleva dentro. Y si algún día tú también visitas Maó, o si ya la conoces y has recordado algo bonito, entonces… todo habrá valido la pena.

Nos vemos en el próximo destino, con la mochila lista y el alma dispuesta a seguir escuchando lo que los lugares tienen para contarnos.

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